Si hablamos del «negocio» de los influencers podemos decir que es prácticamente un mundo nuevo. «Mundo» porque se tomó las redes sociales y el marketing y nuevo porque existe aproximadamente desde 2006, cuando comienza el boom de las redes sociales como Facebook, Twitter y Youtube.
Hoy en día vemos como la evolución ha sido increíble. Tanto en los presupuestos que las marcas invierten, y que dejaron de destinar para otro tipo de campañas, como en los «rostros» que han sabido vender su contenido en las redes sociales, valorizando las campañas según sus seguidores y siendo sus propios agentes, (la mayoría, ya que el rubro de «representante de influenciadores» crece día a día).
El boom ha sido tanto que ya pasamos al siguiente nivel. ¿Cuál es este? Crear influencers 100% digitales, como es el caso de Shudu o de Lil Miquela, creada por Brud, un estudio especialista en personajes digitales.
Lil Miquela rápidamente cautivó a las grandes marcas y a los seguidores, llegando actualmente a tener 3 millones.
Burberry, Samsung, KFC, Calvin Klein y Puma son algunas de las marcas que han decidido trabajar con estos influenciadores virtuales. Pero no solo eso modela o cuenta sobre diferentes fragancias, también habla sobre temas como los derechos LGBTQ+ o «Black Lives Matter».
¿Pero por qué esto llama la atención de las marcas? Algunas de las razones son porque es más económico y principalmente porque estos influencers no tienen límites. Por ejemplo, ¡podemos mandarla a Júpiter vestida de novia!
Por otro lado, las marcas no pueden controlar los comportamientos de los humanos, como hablar de la competencia sin querer o tener conflictos sociales, ya que se les asocia a ellos directamente. Con un influencer virtual pueden controlar hasta el más mínimo detalle.
Esto nos lleva a hacernos varias preguntas. ¿Qué pasará con los estereotipos que representan los influencers virtuales? ¿Cómo las nuevas generaciones, como la Z, recibirán el contenido por parte de las marcas? ¿Estamos yendo por el buen camino?
Lo que sabemos por el momento es que no existen los límites, pero no sabemos si eso será beneficioso o perjudicial para los consumidores de las redes sociales.
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